No hay vacaciones de familia numerosa sin algún enfermo.
Como no podía ser de otra manera y siendo que él es siempre un adelantado,
Vicente arrancó vomitando aún antes de subir al barco. Sí, sí. Justito después
del preembarque y las migraciones y cuando ya el auto estaba en la bodega sin
posibilidades de bajar a buscar ni una mísera remerita, el chico lanzó con
ganas.
Hermosa y seductora imagen la mía: en bombacha lavando el
pantalón bajo la canilla del baño y secándola en el secador de aire caliente.
Así empezamos...El oloroso episodio
inicial tuvo su lado positivo: el vómito fue la antesala de una fiebre que dejó a la criatura en
calmo nock out durante todo el viaje, el del barco y los siguientes 500 kilómetros hasta
llegar a la playa.
Por suerte, los astros se alinearon y la que nos alquilaba la casa, además
vecina, era médica. Dio un rápido diagnóstico de una infección en la piel (x
eso los granitos y ampollas que habían aparecido durante el viaje) y receta de
antibiótico. 1000 pesitos uruguayos - unos 500 mangos argentinos- nos ubicaron
de lleno en nuestro destino. Las vacaciones habían empezado.
Te entiendo, Vale. Es muy cierto lo que decís, no hay vacaciones sin chico enfermo. Aunque solo sea una leve inflamación de garganta, te alteran las expectativas veraniegas.Ahora que soy abuela,pude comprobar que ciertas cosas no cambian, cuando salgo de vacaciones con alguna de mis hijas y sus respectivas familias, se repiten los mismos patrones que viví con ellas.Parecería que son tramos que no se pueden evitar.
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